EDITORIAL PRENSA ASTURIANA

Director: Isidoro Nicieza

 ASTURIAS   -  24 de Abril de 2005

 

Un paisaje de anuncio

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RICARDO ANADÓN

Los cambios que han sufrido desde hace una década los paisajes que han rodeado las carreteras españolas han sido bastante espectaculares. Lo que podíamos ver todos los que circulábamos por carreteras, autopistas o calles en los límites de las ciudades era «paisajes de anuncios». El paisaje estaba dominado por carteles publicitarios de empresas o instituciones que se dedicaban a promocionar sus productos o servicios. Estos carteles se habían extendido por todos los bordes de carretera, e incluso por zonas destacadas de sus aledaños, impidiendo la visión del «verdadero» paisaje. Este efecto era más notorio en las proximidades de ciudades y pueblos. Se notaba que la cercanía de las fuentes de recursos, en este caso los potenciales consumidores, provocaba un aumento de la densidad de carteles y que el negocio fuera rentable para las empresas de publicidad.

La población de «carteles publicitarios» ha seguido una dinámica que puede recordar algunos procesos de las poblaciones de organismos, lo que no deja de tener cierta gracia. Hace unos años la mayor parte de los carteles sufrió una grave enfermedad, la borrellitis, en forma de normativa emitida por el Ministerio de Fomento que dirigía José Borrell en aquellos momentos. Esta normativa provocó la mortalidad de casi todos los carteles. Sólo algunos en forma de toro resistieron. La discusión pública, promovida por los interesados, sobre si se debía indultar a los toros fue vacuna suficiente para que pudieran sobrevivir.

Gracias a la mutación del virus normativo, muchos conductores y viajeros disfrutamos sin interferencias de algunos paisajes de gran belleza, y de no estar constantemente asediados por la publicidad de empresas o institucional. A pesar de todo algunos carteles debieron sobrevivir a este virus. Y como el recurso (las ganas de anunciarse) ha permanecido, a los pocos años fueron apareciendo nuevas vallas, tímidamente al principio pero luego a un ritmo acelerado; como las poblaciones sin limitaciones.

Si uno se hubiera detenido a observar la geografía del proceso, habría notado que comenzaron en las zonas perimetrales de la mayoría de las ciudades. Posteriormente sufrieron una mutación. Aparecieron anuncios sobre pilares metálicos y con iluminación nocturna en carreteras de alta circulación, pueblos cercanos a autovías y en las cercanías de grandes ciudades. Cosas de las nuevas tecnologías y de que eran muy visibles incluso a distancia de las carreteras. Supongo que como no pasaba nada, o incluso los ayuntamientos no ponían objeciones basadas en la norma que permitió su retirada, o que por motivos recaudatorios alentaran su instalación: la población de vallas y de torres de anuncios fue ocupando espacios cada vez menos urbanos; polígonos industriales, grandes superficies, zonas deportivas o todo aquel resquicio que posibilita su ocupación para estos fines. No es necesario insistir en que al mismo tiempo que se producía un incremento de su extensión geográfica, se incrementó su población, su número, en zonas en las que ya estaban instaladas algunas. Si uno no supiera que las vallas están construidas por material inerte, pensaría que se reproducían.

Y también se han diversificado en tamaño y tipo de recurso publicitario utilizado. Los primeros en aparecer lo fueron de grandes marcas, y anuncios institucionales sobre elecciones, hacienda u otras. Casi de forma inmediata aparecieron algunos de menor tamaño de pequeños comercios que te anunciaban que se encontraban a menos de pocos metros y en la siguiente salida de la autopista. Estos anuncios estaban un poco más disimulados. La lejanía del anuncio respecto de lo anunciado también se fue alejando, como grandes superficies que se anuncian a más de 30 o 40 kilómetros de donde se encuentran.

Ahora ya hay vallas y torres de todo tipo. Grandes empresas: comerciales, de telecomunicación, automovilísticas, inmobiliarias o de transporte entre otras; negocios de tipo medio de varios gremios, o pequeños establecimientos que te señalan cómo llegar; incluso museos localizados a más de 100 kilómetros del anuncio. Para estar pocos años después como en la situación de partida, sólo faltaría que se colonizaran zonas en las que nunca se podría afirmar que son urbanas. Ya he visto algunos y no sólo en Asturias. Se nota que el negocio va viento en popa y que no existe nadie que manifieste el menor interés en hacer cumplir la norma aún vigente y defender a los ciudadanos.

En terminología poblacional, la ausencia de depredadores o parásitos facilita que la población de vallas se expanda, como lo hacen algunas especies invasoras reproduciéndose y dispersándose. Y como ocurre con algunas de estas especies en todo el mundo, modifican el paisaje. Ya se empieza a «disfrutar» de un paisaje de anuncios que sustituye a la visión de prados, bosques, valles, laderas, ríos, playas y estuarios. Como no se recupere el sentido de la norma vigente, perderemos algo de la belleza y bienestar de los que se puede disfrutar cuando uno viaja. Esperemos que los responsables públicos encuentren algún sentido común y logren controlar esta plaga, que ya empieza a alcanzar el nivel de epidemia.

Ricardo Anadón es catedrático de Ecología de la Universidad de Oviedo